Platón concebía a la ciencia como un área sustancialmente ética; para él, no había conocimiento científico que se concibiese para el mal. Qué lejos estamos de la primera Academia en la historia -2,400 años de macabra distancia nos separan del sabio ateniense. Hoy, los armamentos de alta tecnología científica están en el menú: “Tráigame unas bombas de racimo, por favor”.

Prohibidas en 123 países -excepto en países armamentistas como EU y Rusia- las bombas de dispersión o fragmentación que el presidente norteamericano, Joe Biden, acaba de autorizar como suministro para la guerra de Ucrania, son artefactos cuyos primeros diseños datan de la era nazi; desde entonces, han demostrado su progresiva eficacia anti-ética en sucesivos conflictos bélicos. Su voracidad mortal creciente hace que la destrucción no se centre en un objetivo fijo sino en todo aquello que se mueva con vida en 200 o 400 metros a la redonda. Es decir, va dirigida abiertamente a la población humana y animal -incluso vegetal. Cada bomba de racimo está compuesta por un gran número de sub bombas del tamaño de una lata de cerveza o de una pelota de tenis, que se dispersan tanto antes como al momento del impacto, expandiendo su letalidad en todas direcciones. Muchas de esas temibles municiones caen sin explotar, pero permanecen activas y sensibles -por años y años- al menor contacto humano. Cuando llega la paz, la matanza continúa entre civiles que las pisan accidentalmente o entre los niños que desean jugar con ellas. Se convierten en trampas mortíferas para los incautos.

Irak está regada por bombas de racimo estadunidenses, inglesas y españolas. El sur de Líbano está infestado de racimos israelíes. Y Laos y Camboya también padecen su letalidad desde los tiempos de la guerra de Vietnam. Hace unos días, el presidente camboyano -preocupado por la devastadora experiencia vivida hasta la fecha en su país- exhortó sentidamente a Biden para no entregar dichas armas a Ucrania.

Por su parte, ante la determinación norteamericana, Rusia ha anunciado que hará también uso de la misma tecnología bélica. La escalada del mal es un buen negocio. La Idea ética de la ciencia de Platón ha sido perforada a balazos y esquirlas, bombas y misiles. Esto no es nuevo. Hoy atestiguamos vivir en la era de acabar -orquestada y científicamente- con la vida. Lo peor es que los centros financieros emplean NUESTRO dinero expropiado para ese fin -que es el fin.

No más bombas de racimo, por favor.

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