“Tras el insólito encuentro de anoche con Andrés Miaja, decido abrir mi absurda circunstancia: ¿cuál es el sentido de guardar secretitos si la Federal de Seguridad sabe todo de mí? (…) En tanto, me afano en escombrar un poco mi buhardilla, barrer, lavar trastes, sacudir algunos libros. Pero antes extraigo un LP de mi modesta colección. A situaciones diferentes, música diferente. Meddle de Pink Floyd … Contemplo el diseño fetal de la portada; un disco poco conocido, que sin embargo hay que insistir en escucharlo porque esta banda inglesa es algo más que The Dark Side of the Moon.
Coloco el acetato en mi tocadiscos y comienza una inmanencia. Al principio, un vórtice frío se deja escuchar, arrasador como las tolvaneras de Ecatepec; y, del fondo de la tundra del rock, insinuándose desde lejos como un eco entre vaho y tinieblas, surge la gravedad de un bajo eléctrico -azotado con ritmo maléfico por el pulgar de un demonio- que desata el conjuro de los tiempos. Una pieza duotonal de brutal cadencia invade mi buhardilla hasta la última rendija: es una cabalgata negra, desbocada por alguna fatalidad: Pom-po-póro-popóm-pom, Pom-po-póro-popóm-pom -resuena el bajo. Empero, su atmósfera sonámbula, fría y primigénica es nada comparada con el estallido bestial de la única sentencia emitida guturalmente por la rola: ´One of these days, I’m going to cut you into little pieces!’. Directa e inequívoca: una advertencia para mí y para los otros, mis enemigos… mis iguales. Sí: ellos me harán pedazos o será al revés –como ocurrió con Óscar Torralba. Lo veo con la claridad que otorga la alteración de mis sentidos… Un estremecimiento interrumpe mis quehaceres y vuelvo a poner la pieza a todo volumen; me siento a escuchar con mayor atención: ‘One of these days, I’m going to cut you…’ impreca de nuevo la voz maléfica emanada de un subsuelo inmemorial. La primera rola de Meddle de Pink Floyd derriba las falsas paredes que protegen a los hombres. “Uno día de estos iré por ti… Te escondas donde te escondas, daré contigo” … “Viniste a este mundo para no salvarte de ninguna manera… ¿cómo la ves desde ahí, baboso?… Y hazle como quieras…” Una enorme lucidez se extiende ante mi llanura, trastorna este limitado entendimiento y me libera: una verdad de hierro surge del trasfondo de las convicciones, tan gélida como el filo de una espada que atraviesa gargantas: me van a chingar. No es ningún dios maligno que viene por mí: es, sencillamente, la Historia. “Una certeza de guerra –me digo-, entiéndelo: guerra que tú ni nadie comenzó… viene de lejos, cabalgando desde las dunas pintadas de ocre”.
La aguja se desliza sobre el resto del disco giratorio; ya no presto mayor atención al resto de las canciones. Comprender me sosiega; es una captura intuitiva que tendrá algún método que desconozco. Simplemente se da. Una vez en silencio, me dirijo a la ventana, recargo mi antebrazo derecho sobre el pretil y tiendo la mirada al cielo. Percibo el paso raudo de aves fúnebres; algo anuncia ese cuchicheo bajo la fronda de los árboles de enfrente. Catástrofes, quizá, circundan en parvadas. Nada que pensar; sólo canturreo indefinidamente: Pom-po-póro-popóm-pom, Pom-po-póro-popóm-pom… Pom-po-póro-popóm-pom, Pom-po-póro-popóm-pom…”
(fragmento de mi novela comunista La Zona Dos, disponible en Amazon)