En un mismo día, alrededor del 18 de junio de 2023, pero en distintas latitudes, ciudadanos de Pakistán vieron su mala suerte en el mar: un par de millonarios paquistaníes -junto con otros tres miembros franceses de la tripulación- murieron en las profundidades el Océano Atlántico por la implosión del sumergible turístico Titán que guiaba a sus clientes para observar los fantásticos restos del trasatlántico Titanic que naufragó, ora sí que cinematográficamente, en 1912; al mismo tiempo, por otro lado, cerca de 700 paquistaníes migrantes desesperados por la pobreza se hundían en el Mar Mediterráneo cuando la barca pesquera que los trasladaba de Tobruk a Grecia se fue a pique por la sobrecarga de pasajeros. Ahogados recientes del mismo país. Tragedias ambas. Sólo que los ricos se ahogaron ricamente y los pobres, miserablemente. Alto contraste. Así es Paquistán, así es el mundo.
El par de millonarios, padre e hijo, navegaban completamente equipados y con altas expectativas de una privilegiada aventura casi insólita. Los hambrientos, en cambio, iban sin chalecos salvavidas y sin grandes esperanzas. Ahora, más de seiscientas almas se suman, vagando, en un mar que oculta a ¡57 mil migrantes desaparecidos desde 2014! Como diría el poeta tabasqueño, José Carlos Becerra, aquellos hombres, mujeres y niños del 18 de junio se unieron a la soledad del mar:
… y lo azul del agua / iba y venía en sus ojos cada vez más sin nadie.
Distintas maneras de desaparecer: allá no hay fosas clandestinas, como en México; allá te hundes poco a poco en los dominios del cruel Neptuno. En tanto, los gobiernos de Paquistán y Europa culpan, literalmente, a los traficantes, mientras otros insensatos responsabilizan a los propios ahogados… Ajá: según aquellos, una crisis multitudinaria de descamisados a la deriva podría solucionarse con toda facilidad abriendo líneas de cruceros turísticos para los migrantes desde Libia o Túnez a las islas griegas, ¿no? Y que coman pasteles también.