Una cosa es mentir, de manera circunstancial o por sistema, y otra muy distinta es la mitomanía de Xóchitl Gálvez, senadora y principal aspirante derechista a la presidencia de la república.

Todos hemos mentido por circunstancia muchas veces; por otro lado, los medios, partidos políticos y empresas mienten por sistema. En ambos tipos del mentir, el engaño es una medida táctica (primer caso) o estratégica (segundo caso) perfectamente controlada. Ejemplo: un exitoso vendedor podrá mentir a sus clientes, mas no necesariamente a su familia; aquí la acción es selectiva y acotada. En cambio, la mitomanía es un fenómeno incontrolable por el sujeto; no hay selectividad: el mitómano se miente a sí mismo tanto como a los demás, y en toda situación.

La mitomanía es un trastorno de personalidad incurable y de pronóstico reservado. Un mitómano es adicto a mentir porque subyace en él un placer compensatorio irrenunciable cuando logra que los demás le crean. Un júbilo casi infantil. Así, las faramallas se desbordan y generan en el sujeto un mundo alterno donde la mentira pasa por verdad: el sujeto cree sus propias mentiras. Es un fetichismo terrible, pues el propio creador de las mentiras se ve, al mismo tiempo, gobernado de forma avasalladora por ellas mismas. En mis 30 años de experiencia clínica jamás he visto o sabido de un mitómano que se rehabilite -habrá contadísimos casos. Porque el primer gran obstáculo terapéutico de este padecimiento es que el paciente identificado debe admitir que su realidad es ficticia cuando la considera totalmente veraz. Todavía hay algo peor, pues este trastorno se complica al desarrollar comorbilidades con otros trastornos más, como el narcisista, el histriónico y el limítrofe, principalmente. Así, por ejemplo, el mitómano narciso se ofenderá exageradamente y atacará a quien le demuestre sus mentiras; el mitómano limítrofe -acorralado- hará un chiste triunfal para cambiar de tema, y el mitómano histriónico optará por el drama victimario porque ha tenido una vida difícil donde nadie lo comprende.

Pues bien, por los muchos testimonios de parientes y conocidos de su infancia y de otros varios testigos que la han tratado de cerca, así como periodistas que la han investigado en sus múltiples facetas y los que hemos visto sus shows políticos en el Canal del Congreso, se puede inducir -y deducir a la vez- que Xóchitl Gálvez muy probablemente padezca una mitomanía severa y combinada con esas otras tres psicopatías mencionadas.

Por lo demás, su auto relato ha sido muy fácil de refutar por cualquiera, pues la mitómana panista es cínica e irresponsablemente cándida: miente tanto, en todas direcciones y tan a la ligera que deja un rastro bastante visible y sencillo de seguir con numerosas evidencias que la desmienten: sus arrebatadas promesas públicas a menudo fueron incumplidas al ser funcionaria pública (la palabra no cuenta como compromiso en su ética escurridiza); su auto semblanza -desde esa ficticia pobreza originaria y gelatinosa hasta su inexistente militancia trotskista- se confirma inventada con sólo cotejar su relato con el de varios parientes y maestros que la conocieron; sus abiertas violaciones a la ley que beneficiaron a sus empresas cuando ella fue servidora publica están a la vista de todos; lo mismo sucede con el ocultamiento de propiedades en la declaración de sus bienes. ¿Y cómo responde Xóchitl cuando la exhiben con datos duros de sus corruptelas? Con frivolidades: se dice perseguida por el Poder, contesta con oootra mentira o se la saca con un chistorete para evadir los graves señalamientos de que se le acusa. Porque los mitómanos son personalidades inmaduras. De ese tamaño.

Por supuesto, aquí no se trata de desprestigiar a quien se desprestigia sola. Más bien, la pregunta es: ¿qué pasa con la derecha que utiliza a semejante embuste bicicletero? ¿Tal es su grado de descomposición orgánica? Parece que sí. Xóchitl Gálvez, una mitómana aniñada que fantasea con el poder presidencial (¡imagínensela gobernando!), es la más grotesca reacción de una derecha neoliberal decadente que, en vez de aspirar a seguir en la política, ha preferido descomponerse en la auto parodia con un personaje que, más que votos, necesita ayuda clínica.

(Ojo: Gálvez padece también una dislalia, un problema particular del habla llamado rotacismo, que consiste en la incapacidad de pronunciar la erre. Tiene solución con un buen terapista del lenguaje. Lo que asombra es que a estas alturas Xóchitl haya descuidado ese asunto -máxime si tiene aspiraciones presidenciales. Imaginemos que en un mitin diga, en lugar de ferrocarril, “fegocaguil”… La raza es cabrona y le puede ocurrir a Gálvez lo que a Pilatos en “La vida de Brian”, donde tanto los judíos como los propios soldados romanos se pitorreaban del rotacismo del gobernador de Judea en el momento de condenar al nazareno)